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Reafirmar la esperanza – Francisco Cano

Se hace preciso reafirmar la esperanza y el deseo de la presencia de Dios en nosotros.

11. T. O. 2021 Mc 4,26-34

Llamados a una reflexión crítica constructiva, desde La Palabra. Granos de mostaza, arbusto grande (4,30-32)

¡Menudo año largo que llevamos! ¿Nosotros solos?, no. A la experiencia por el dolor de tantos -dolor por los muertos, dolor con los que han pasado la enfermedad y sufren consecuencias-, se suma la tensión por la inmunización lenta, cansina, confinamientos obligados, por la experiencia de tantos que sufren la pobreza extrema, la falta de medios económicos. Más cerca hemos sufrido por las “opciones” sorprendentes de los que creíamos cercanos, que han abandonado; en la Iglesia, abandonos en masa. Rupturas matrimoniales, desesperanza y falta de motivos para vivir… Todo esto y más nos ha llevado a tener hoy la dificultad de poder predecir el futuro. Pero todos estos acontecimientos, asumidos en la oración, han hecho que nuestra vocación de servicio se haya multiplicado desde el servicio a lo pequeño y a los pequeños. En el año largo que llevamos podemos decir que somos unos privilegiados, tenemos que dar gracias porque, ni nos hemos dejado, ni abandonado, ni resignado, ni hemos dejado nuestra vocación.

Hemos pensado en positivo, ahí están las obras: hemos huido de todo lo que nos empobrece y hemos buscado aquello que nos sostiene la vida. No nos hemos dejado llevar por relaciones tóxicas, porque hemos intentando compartir con personas que viven con sencillez y alegría. Con los pobres y los más castigados hemos seguido compartiendo, y abriéndonos a los cercanos, a los nuevos, que se han acercado, y que están con nosotros caminando en esta situación. Debemos de retomar encuentros de diálogo, con los que se nos han acercado, con los que forman parte de nuestra gran-pequeña familia. Tenemos que compartir pequeños placeres que nos humanizan, que por la pandemia dejábamos para más adelante.

Hemos constatado, sin que nadie nos lo pida, que sí se puede hacer mucho, aunque nos parece que ha sido poco, pero que se transforma y se multiplica ese poco por lo que cada uno aporta, y llega a muchos siendo lo mejor que han podido recibir en este tiempo (Cf. Memoria 2020). Nuestra misión evangelizadora no puede estar al margen de los más necesitados.

No nos hemos acostumbrado, no cedemos, no nos resignamos, no nos desilusionamos, no queremos caer en la desesperanza y en la tristeza. Para ello hay que ir a la fuente, y recibir de la fuerza el agua de vida, para que esto se pueda llevar a cabo. Seguimos construyendo relaciones, seguimos presentado proyectos, seguimos creyendo en las personas que con nosotros trabajan, sobre todo, es el momento de dar gracias por los hermanos y hermanas que no han dejado que la pandemia celebre su victoria sobre nuestras vidas. Queremos, y creemos en el proyecto que tenemos en nuestras manos, tenemos ganas de seguir compartiendo, de seguir soñando, de seguir creando. Aprovechemos este tiempo para compartir, vivir, celebrar, tenemos motivos para esperar. ¿Cuáles son esas raíces que fundamentan nuestra acción-misión evangelizadora? Hoy retomamos con alegría profunda esta palabra que se nos regala. Es Palabra que nos confirma, que nos gratifica y nos ilumina y, sobre todo, mantiene viva nuestra esperanza.

La palabra nos ha vuelto transparentes, y en esa transparencia tenemos que vivir si queremos que el mensaje que hoy nos regala Marcos sea fecundo. Lo primero que nos recuerda es que el ser humano no es el que decide el crecimiento de la semilla, nos recuerda que la palabra no resulta al fin pequeña- como en tantos que han abandonado-, incapaz de transformar nuestra existencia, y nos ofrece estos dos iluminativos textos: la semilla del Reino germina automáticamente, mientras duerme el labrador o está en las faenas de cada día (4,26-29).

No nos tenemos que angustiar, porque el Reino no depende de nosotros. ¿Qué? ¿Caemos en un providencialismo? Todo lo contrario. Debemos buscar y cumplir la voluntad de Dios, como hizo Jesús; la semilla del Reino puede más que todos los poderes del mundo. Estamos en manos de Dios, él hará que llegue a buen puerto su empresa.

Más. La realidad comunitaria resulta aquí más clara: somos granos pequeños, casi invisibles, pero crecerán, se harán planta donde aniden los pájaros del cielo. Nosotros, como comunidad, hablamos a través de esta parábola, porque tenemos la certeza de ser, como Jesús y con Jesús, semilla de Reino. ¡Pues hagámonos parábola! Somos con Jesús parábola viva, símbolo de Dios en movimiento, semilla de trigo en la tierra, para convertirnos en pan que queremos que todos compartan. Sabemos quiénes no entienden esta parábola: los de siempre, los que creen que no necesitan cambiar ni morir por aquello en lo que creen. Por esto creemos que este evangelio nos impulsa a no dejar que la pandemia celebre su victoria sobre nuestras ganas de vivir, de compartir, de crear y soñar.

No somos esclavos de la desilusión, desesperanza o tristeza: Dios hace crecer la vida y transforma el corazón de las personas. Todo crecimiento necesita tiempo y espera; no hay que precipitarse (ahora que no sabemos bien qué hacer y cuál es el futuro que nos espera), porque se provoca la ruina. Dios nos enseña a ser pacientes, a esperar. Se nos muestra la importancia de la sabiduría de la espera. No nos preocupa si el servicio a lo pequeño, lo nimio, lo que parece insignificante, tiene sentido, en realidad la fuerza de Dios se realiza, con frecuencia, allí donde nosotros no vemos nada, ni vemos futuro. Esta es la fuerza que nos impulsa a la acción, a la contemplación, a la celebración.

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