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Si el mundo no entiende tu sufrimiento, no te inquietes – Francisco Cano

17. T.O. 2021 Mt 20,20-28 Santiago Apóstol

¿Es posible arreglar el orden de este mundo? Sí, sirviendo.

El orden de este mundo se arregla sirviendo. El Reino de Jesús no tiene otra perspectiva. El servicio, la misión evangelizadora, nace de la fe acogida, madurada y cultivada en el interior. ¿Por qué nos extrañamos de que la gente se marche? “Entre vosotros hay algunos que no creen”. “Señor, todos se están marchando”. “Jesús les dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos?”(Jn 6,67). El servicio a la evangelización sólo lo puede hacer aquel que ha hecho la experiencia del cambio de vida en su interior. Para los que no conocen a Jesús y sirven es iluminador y confortante el capítulo XXV de san Mateo: “os lo aseguro cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.

Unos porque han hecho de la fe una ideología, otros porque han reducido el evangelio a una ética o filosofía sometida al cambio del tiempo, otros porque sus intereses vitales, sus necesidades no son los valores del Reino, otros porque viven de una religiosidad que no es otra cosa que la proyección de sus carencias, y una gran mayoría porque su ego, su narcisismo, les impide salir de sí mismos, ellos son dios, porque el único tesoro que buscan son ellos mismos, no es algo que se han encontrado como dado gratuitamente, un tesoro que produce tanta alegría que el que lo encuentra se olvida de todo lo que tiene, lo abandona todo y ve en eso lo único que vale la pena en este mundo. Los que así lo hacen, han descubierto su vocación como misión, que no es un peso sino un tesoro que quema por dentro, que se lleva en vasijas de barro y que, como es un don recibido, lo comparte con la debilidad de un cuerpo, porque somos cuerpo. ¿Qué experiencia hemos vivido personal y comunitariamente? ¿Cuál es la experiencia de la iglesia y de las comunidades que la forman? (2 Cor 4,7-15). Sencillo y claro: ante tantas y tan diversas dificultades personales, ante tantas decepciones, fracasos, ante tantos aprietos por todos los lados, sentimos una fuerza interior que nace de la debilidad. ¿Por qué no estamos aplastados ante tantos que nos aprietan? ¿Por qué no desesperamos ante tantos apuros? ¿Por qué no abandonamos ante tantos acosos desde dentro y desde fuera de la Iglesia? ¿Por qué no estamos rematados ante tantos que nos quieren derribar? ¿Acaso es que somos fuertes, héroes…? Nada de nada. Somos hombres y mujeres tocados por Dios para llevar a cabo una misión: anunciar al Hijo de Dios, llama que quema, sentido último de nuestra vida, y esto no es insoportable, lo que es insoportable es creer que con el voluntarismo nosotros somos los que llevamos a cabo lo que Dios quiere. Un esfuerzo sin gracia, sin don, no dura mucho tiempo. Dios nos ama y nos ha hecho libres para que cada uno decida si quiere seguirle.

Vivimos personal y comunitariamente una fe que necesita salir al exterior. Nada de “capillismos”, encerramientos. Anunciamos a Cristo resucitado, salvación para toda la humanidad. Vivimos una fe expansiva, el Covid nos lo ha hecho ver: los medios digitales nos han abierto a un mundo necesitado de una palabra de vida. En esta experiencia, los que han recibido los diversos servicios prestados, nos han mostrado su agradecimiento: creyentes y no creyentes, de una confesión religiosa u otra, y esto sin otro interés que mostrar lo que somos, sin buenismos ni igualitarismos que nos hacen perdernos a todos. No buscamos nuestra gloria sino la de Dios.

El tema de fondo del evangelio de hoy es que ni la madre de los Zebedeos ni sus hijos han entendido a Jesús. Y esta es la explicación de por qué muchos abandonan: “Buscad el Reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura”. Estos muchos más bien buscan la añadidura, no buscan el Reino de Dios y su justicia, buscan su proyecto, buscan con criterios humanos, políticos -reparto del poder, el dinero, su prestigio, su fama-, y Jesús les responde: mirad, mi Reino tiene otra perspectiva: los grandes y los primeros son los que sirven, los que se ponen al servicio, y esto es un estilo de vida que cambia el mundo, por esto el orden de este mundo se cambia sirviendo.

“Nosotros creemos, y por eso hablamos”. Para ello tenemos que tener la actitud de los apóstoles: firmeza y valor para ser evangelizadores en esta sociedad que es individualista y que odia la fe. ¿De qué nos extrañamos? Las dificultades nos dicen que vamos por buen camino. Santiago fue el primero en derramar su sangre por el Maestro.

Nuestra Iglesia, nuestra comunidad, lo son porque sirven. Queremos ser los primeros siendo los últimos entre los hermanos, somos grandes siendo esclavos de los demás, no podemos aliarnos con los poderes de este mundo. Somos grandes cuando la verdad es servidora de Dios en la persona de los hombres y, entre estos, en los que más nos necesitan. Buscar la voluntad de Dios es amar apasionadamente a todos los hombres, empezando por los más cercanos.

Está claro lo que Jesús quiso dejar claro: que este mundo no se arregla desde los “selectos”, los poderosos, los famosos o los importantes, sino desde abajo, desde los esclavos y los sirvientes, y así es como se invierte el orden de este mundo. Por esto el clericalismo ha hecho y hace tanto daño, y vemos cómo en la Iglesia esto sigue teniendo una fuerza destructiva, y no digamos cuando son los laicos los que están clericalizados y observamos en tantos movimientos, en el seno de la Iglesia, que lo que se busca es poder, mandar, estar arriba, y no abajo sirviendo. El orden de este mundo se arregla sirviendo.

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