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Egoístas sin fronteras – Carlos Díaz

“¿Qué quieres ser de mayor?”. La respuesta suele ser divertida y pone de manifiesto la ingenuidad del angelito que responde lo que más le viene en gana en ese momento, lo mismo bombero que Sumo Pontífice, que delantero centro del Real Madrid, aunque de momento no vayamos mal con Benzemá.

Quienes defienden el vocacionismo desde hora temprana no deben ignorar la existencia de muchísimas personas que no realizaron lo que habían soñado cuando jóvenes. Los conventos están vacíos por la exclaustración de vocaciones frustradas que con el curso de los días se fueron dando cuenta de que ese no era precisamente su camino, por haber descubierto otra u otras nuevas vocaciones. A veces, por desarrollo de la vocación termina uno en la vocación contraria.

Si la vocación consistiese en quedar para siempre troquelados desde pequeñitos por alguna inspiración misteriosa, ¿cómo explicar entonces las vocaciones tardías?, ¿habríamos de consignar como vocaciones falsas a todas menos a la última?

Eso que con ligereza denominamos vocación sólo puede ser dicho en un plural abierto, porque la vocación humana consiste en alcanzar la felicidad, la cual se dice de muchas maneras, unas mejores y otras peores. Todo lo demás son instrumentos para acercarse a ella, ya que dentro de una misma inquietud volitiva se van desarrollando perspectivas nuevas y sorprendentes con merma de las declinantes. Ganando y perdiendo, creciendo y menguando, como en la vida misma, vamos desarrollando esa llamada (vocatio, invocatio) a la que pensamos que debemos responder.

Algunas vocaciones eternas duran poco, determinados adverbios de tiempo (siempre, nunca), se desdicen mañana, su siempre y su eterno se evaporan como la espuma en el ahora inmediato. Hay “vocaciones”, como las de verdugo, sicario, o violador, que mejor sería prohibir o clausurar en tanto que equi-vocaciones. Otras hay cuya presencia social maldita la falta que hace, por ejemplo la de joyero o la de peletero de pieles animales, sin necesidad de clausurar el oficio por decreto sino por mero y tranquilo descrédito social: otro gallo nos con/vocaría.

Respecto de la vocación de ser voluntario, el voluntariado, no es lo mismo responder porque es mi deber, que porque me apetece, respuesta que parece excluir o separar al menos la voluntad de la razón. La acción voluntaria resulta ser un hábito operativo bueno (virtud) cuando hace camino con las víctimas, para lo cual es preciso al mismo tiempo formarse técnica y racionalmente. Yo echo de menos las voluntades racionales sostenibles.

Ahora bien, si el ritmo de tortuga no nos parecería loable en una acción social cuyas urgencias no pueden esperar, ciertas prisas resultan ser malas consejeras. En el lab-oratorium (laborare-orare) de la acción social, muchos pierden la perseverancia necesaria, pero ser radical y profético sólo merece crédito cuando permanece contra el arbitrio de los momentáneos impulsos del deseo y contra las moratorias indefinidas de la abulia.

Ser voluntario o cooperante no es lo mismo que turista o que experto, sino un compañero que aprende el valor de la humildad por eso me parece imprescindible enfocar sus propuestas como si se fueran a quedar toda la vida en los países donde ayudan, confiriendo a sus poblaciones autóctonas el protagonismo.

Los cooperantes son testigos de la represión y de las violaciones de los Derechos humanos en muchos de esos países y pueden y deberían denunciarlos al resto del mundo, pero no siempre lo hacen, ya que ni lo permiten los Estados emisores, ni los receptores. Los problemas del subdesarrollo son macroeconómicos; una decisión política o económica a los más altos niveles políticos influye más que el trabajo de centenares de cooperantes.

Sea como fuere, y a pesar de todas las fragilidades, me duelen mucho más que los voluntarios los noluntarios, es decir, aquellos que con un mohín negativo dicen: “No sé para qué se van tan lejos, si aquí también hay gente con problemas. La solidaridad empieza en casa”. Quienes así se manifiestan son a veces también los que más problemas crean en casa, me gustaría llamarlos egoístas sin fronteras.

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