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Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír – Francisco Cano

3. T. O. 2022 Lc 4.14-21

Lo que está en el origen de la vida cristiana y lo que la sostiene es una experiencia religiosa, que parte de un encuentro, o mejor, de un ser encontrado, con Jesús. Una experiencia de gozo y de paz que conllevaba una atención a la historia y una responsabilidad en ella, sin olvidar que esa experiencia religiosa pasa por Jesús crucificado y resucitado. No podemos olvidar que en el origen hubo una experiencia extraordinaria en torno a Jesús, a su persona, su vida y a los acontecimientos pascuales. Sin esta experiencia intensa y emocional, personal y colectiva, no surge un movimiento que pervivió tras la muerte de Jesús, y no sólo eso, sino que lo hizo con gran fuerza expansiva.

Ser cristiano no es principalmente aceptar un conjunto doctrinal, sino en participar en una experiencia comunitaria que se actualizaba en el rito de una mesa fraternalmente compartida. Este evangelio nos lleva a las raíces. A la personalidad extraordinaria de Jesús, a su muerte ignominiosa, a los acontecimientos que la acompañaron y a lo que esto generó para conservar su memoria y continuar su causa.

Jesús llevó una vida marginal y promovió un movimiento que, con toda propiedad, se le puede calificar de marginal. Este carácter minoritario y marginal del cristianismo de los orígenes nos puede ser iluminador, especialmente para el cristianismo de Europa en nuestros días. No desconocemos la existencia de una religiosidad popular, ni de fieles numerosos que perduran en muchos lugares, pero no podemos desconocer la marginalidad creciente de los valores cristianos.

Para construir vitalmente el presente y el futuro del cristianismo debemos conocer los orígenes, para ser fieles a aquella esperanza que irrumpe con Jesús de Nazaret. Esta esperanza surge entre las gentes más pobres y desvalidas del pueblo judío.

Es tener como referencia la personalidad histórica excepcional de Jesús. Lucas nos presenta el programa de Jesús, texto capital en estos momentos en los que se trata de ofrecer unas pautas “seguras” para saber hacia donde debemos caminar. Jesús destaca la misericordia de Dios, el problema de la libertad y el de la identidad. La conquista de las libertades es el programa de Jesús y la identidad que se construye desde la libertad.

La acción del Espíritu hoy nos remite al pasado de Jesús. “El Espíritu os recordará todo lo que yo os he dicho”; “os llevará a la verdad completa… hay cosas que ahora no podéis comprender”.

Es el Espíritu el que nos ayuda a discernir que somos herederos de un cristianismo con exceso de institucionalización y carencia de vida comunitaria. Nos sobra armazón exterior y nos falta vida.

¿Qué respuesta ofrece la fe cristiana? Las comunidades cristianas son la respuesta a la pregunta de qué debemos hacer. Si volvemos a los orígenes constatamos el carácter laical del cristianismo: no tenía templos, ni sacerdotes, ni sacrificios, y se reunían preferentemenete en las casas. El templo estaba construido por piedras vivas, que era la comunidad de los creyentes, (1Cor 3,16-17; 2Cor 6,16; 1Pe 2,5). Todos los miembros se sentían miembros del pueblo, “laos”, de Dios, y lo que había era diversidad de ministerios, toda la comunidad era sacerdotal (1Pe 2,9). Por esto el clericalismo atenta contra la característica esencial y original del cristianismo.

Ahora bien, existirá un cristianismo laical y participativo en la medida en que haya comunidades cristianas vivas, corresponsables, y siempre en comunión con la Iglesia. Y este tipo de comunidades piden madurez en la fe, transmisión de la misma, formación de los miembros, compartir los bienes, ayuda a los más débiles, compromiso con la transformación de la realidad.

Evitando una tentación: que esta situación de minoría nos lleve a una mentalidad de gueto, o a ser el resto de los puros en un mundo pervertido; somos “resto”, sí, pequeña comunidad a la que Jesús le dice: “No temas”.

En esta situación de minoría y marginalidad debe verse una oportunidad positiva para recuperar los valores novedosos y la inspiración originaria del movimiento desencadenado por Jesús de Nazaret. Nosotros sólo queremos ser un grupito pequeño de pobres que le seguimos, y esto es gracia, no pretensión. Vemos cómo a Jesús todos lo abandonan. Y nos preguntamos: y nosotros, ¿por qué nosotros no abandonamos, cuando tantos hoy abandonan?

Sí, asumimos con lucidez y valentía la marginalidad propia de una minoría crítica y creativa, porque esto implica una presencia radical del cristianismo en nuestra sociedad. Sí, edificar la comunidad cristiana, sobre la piedra rechazada por los constructores, implica devolver a los valores evangélicos su capacidad de alternativa y de transformación personal y social, con una actitud de discernimiento y apertura ante todo lo que va surgiendo en la historia. Volver a los orígenes es preguntarnos por el mensaje y misión de Jesús. “Hoy se ha cumplido esta escritura”. Pero no es un hoy cronológico, sino salvífico: en Jesús da comienzo la novedad radical. Es el hoy de cada creyente. Dios no quiere un mundo fracasado, hundido, sino que allí donde haya una persona, haya vida en abundancia: ni esclavos, ni empobrecidos. Estamos ungidos para llevar a cabo esta misión.

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