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EL FILÓSOFO EN EL TREN (EN EL TREN DE LA VIDA) - Mariano Álvarez Valenzuela

Si usted se encuentra a un filósofo en el tren y le pregunta por su profesión, éste, con toda probabilidad le mentirá. Y no porque los filósofos sean propensos a la mentira, sino más bien por todo lo contrario, porque la filosofía es una profesión muy peculiar, tan peculiar que el verdadero filósofo no la considera como tal, por lo que al mentirle le estará diciendo la verdad, aunque él siempre tendrá la duda de si le ha dicho la verdad o no. En esto precisamente, el verdadero filósofo empieza a experimentar en sí mismo la necesidad de aproximarse a la verdad, pues sabe que ésta le está vetada y lo único que le queda son sus ansias de verdad.

Ante tal pregunta lo más probable será que le responda que es profesor de filosofía y esto está bien, a menos que resulte ser un filósofo de verdad, en cuyo caso tal afirmación es otra mentira. Leo Strauss en cierta ocasión dijo que “encontrar a un auténtico filósofo en un departamento de filosofía es tan probable como descubrir a un Picasso en el departamento de bellas artes”. Strauss sabía de qué hablaba pues era profesor de filosofía política en la universidad de Michigan, que es la rama de la filosofía que estudia cómo debería ser la relación entre las personas y la sociedad y que incluye cuestiones fundamentales acerca del gobierno, la política, las leyes, la libertad, la igualdad, la justicia, la propiedad, el derecho, el poder político…, ¡es decir, casi nada!, con lo que dicha expresión estaba muy bien fundamentada.

Pero si usted se la juega y entonces opta por decir que sí, que es filósofo, entonces debe prepararse para la decepción, pues cuando su interlocutor le oiga decir que usted no vive en una cabaña en la cima de una montaña, que no ha descubierto el secreto de la vida y que no puede explicar por qué existe el mundo y si además de ello usted intenta explicarle la forma de reconciliar la epistemología del conocimiento con el sentido ontológico y metafísico que reside en el fondo de toda realidad y donde se supone reside la verdad, entonces prepárese a enfrentarse a una mirada en la que el aburrimiento y el horror se mezclan a partes iguales. Es mucho mejor decirle que usted es ingeniero o arquitecto y dejar las cosas así y disfrutar del viaje en tren.

Pero el verdadero filósofo no se cierra en sí con su saber, no puede reprimir ese deseo existencial que le impulsa a buscar y a vivir la verdad a sabiendas que es una utopía, pero la única utopía con sentido y que en su caso es el sentido de su existencia y de toda existencia.

El verdadero filósofo exprime la razón al límite y esa suele ser una de las causas de su incomprensión pues el pensamiento burgués, relativista pragmático y comodón, dominante en la sociedad actual no tolera aquello que está más allá de sus deseos y caprichos y de sus esfuerzos por razonar, pero el tren de la vida no se detiene y él sabe que quizá en la próxima estación el panorama cambie. Es un ser utópico pero con los pies bien hundidos en la tierra, que como dice un filósofo amigo mío: “Sí, soy polvo pero polvo enamorado”, que se sabe y se siente invocado, llamado, convocado y por tanto todo él es vocación, vocación de sentido, vocación de verdad hasta el punto de situarla por encima de su existir y es esto precisamente lo que le libera de toda atadura, lo que le permite ser libre y aceptar los riesgos que ello conlleva, incomprensión, marginación, exclusión…, pues sabe aceptarlo como el precio de ser fiel a la verdad a la que ama pues ese es el verdadero significado de la palabra filósofo y que le hará libre.

El verdadero filósofo, como mi amigo, se sabe dueño de su razón y no a la inversa, pero no por eso le priva de libertad, le deja volar por los espacios siderales y fantásticos de lo posible sabiendo de antemano que no todo lo posible responde a la verdad, aunque cobre realidad.

Esta libertad es la que le pone a prueba y le enfrenta a sí mismo con su razón, y él, que se sabe que está por encima de ella, no porque sepa mucho sino porque sabe lo que todos sabemos y que no necesita de muchas razones, que la voluntad siempre está por encima de cualquier razón y como su razón le dice sin paliativos que la verdad que busca es inalcanzable por ella, qué hace entonces mi amigo el filósofo de vocación, que no de profesión y que viaja con todos nosotros en el tren de la vida, pues hacerle caso a su razón y quedarle muy agradecido por los servicios prestados al haberle mostrado y demostrado tal verdad, no trata de acomodarla a sus deseos y caprichos, no la puede prostituir porque a su vez se prostituiría todo él.

La palabra prostitución en su sentido más primario significa desintegración del tú, y pros-ti-tuir-se, es la misma acción dirigida hacia uno mismo, hacia el “yo”, y que en un sentido más común es, abrirse, mostrase, darse a cambio de algo, es decir venderse, ponerse precio y que en sentido ontológico es des-preciar-se.

Así resulta que el verdadero filósofo, como mi amigo, que es un buen conocedor del sentido de las palabras, al quedarse con su voluntad para seguir tras la verdad que su razón no alcanza, vuelve su mirada hacia ella y le dice: “No te preocupes, te echaré una mano compañera de mi vida pues te estoy tan agradecido que no podría dar un paso sin ti, pero ahora yo te iré orientando con mi voluntad y con todo mi ser, sí, nos expondremos juntos ante el mundo, sin complejos, nos mostraremos y nos entregaremos no sólo con razones sino también en cuerpo y alma, pero eso sí, íntegros sin descomponernos, sin vendernos, sin des-preciar-nos y sin pros-ti-tuir-nos y así siendo libres”.

A partir de aquí el filósofo, el verdadero filósofo viaja en el tren de la vida con billete de tercera, ahora llamada eufemísticamente clase turista y lo hace así por un doble motivo:

-Primero porque su profesión no es remunerativa en términos monetarios, él no tiene profesión, tiene vocación, vocación de “verdad” y como ha descubierto que ésta no tiene precio, no puede comerciar con ella para no prostituirla, él no vive de la verdad, no es suya, vive para la verdad, esa VERDAD inalcanzable que siempre es y será DON.

- Segundo porque en las clases superiores resulta molesto, demasiado sabiondo con sus terribles argumentos muy difíciles de refutar y además eso de que la verdad esté por encima de toda razón no suele caerles bien. Le dejan hablar, pero por lo demás ni puñetero caso.

El filósofo de profesión, el funcionario de la filosofía con su sueldo, su paga extraordinaria, su plan de pensiones, su pensión de jubilación y sus viajecitos del Inserso, y sobre todos ellos con su prestigio, los cuales no quedan comprometidos, es el que suele viajar en segunda o primera clase, y si pudiera sería el maquinista, clases ahora también eufemísticamente llamadas clases “business” y “preferente”, suele sacar más partido económico a su profesión pues éste ya comercia con una verdad que tiene precio, que es valorada y por tanto comprada, se apodera de ella, y solo por este hecho la adultera, incluso muchos sin darse cuenta de ello. Cuando la verdad solo es racional y no vivencial, entonces deja de ser verdad. Para vivir la verdad hay que renunciar a muchas cosas, empezando por uno mismo. Difícil, ¿verdad? ¿Que no lo entiende?, lógicamente es incomprensible. No cabe en la cabeza de nadie tal despropósito, sólo en el corazón, en algunos corazones.

Un consejo querido lector, cuando viaje en el tren de la vida, pida si le es posible la clase de los “Anawim” y no de turista ni de las otras dos y quizá tenga suerte y se encuentre con mi amigo el verdadero filósofo, al final del trayecto saldrá ganando. Los otros perderán todo lo que creían haber ganado. Usted decide con razón o sin razón, no se sienta obligado, la verdad nunca obliga, dejaría de serlo, su esencia es la Libertad. Verdad y Libertad forman un tándem inseparable y Verdad, Libertad y Vida un Trio que es la Plenitud de la Unidad. ¿Le recuerda esto último algo querido lector? ¿Que no? Entonces por favor cambie de vagón.

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