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Necesidad de parresía para presentar la Verdad con humildad, sin prepotencia – Francisco Cano

5. Pascua 2022 C Jn 13,31-35

Somos conscientes del “escándalo para los creyentes y necedad para los gentiles” que provoca el rechazo de que Dios manifiesta su poder, su sabiduría y gloria en la cruz de un maldito. Ese es el evangelio de Juan: Jesucristo manifiesta el mismo ser de Dios.

“Ahora es glorificado el Hijo del hombre”. Hay que imaginarse lo que supone esta experiencia contemplativa de la gloria en el rostro de un esclavo entronizado.

El Hijo es llamado “Señor” cuando es levantado como Primogénito, como hermano mayor, y se le entrega en sus manos todo poder y la gloria del Padre.

Tú eres un Dios escondido. El Hijo del Padre escondido hace su aparición, se aparece. El Padre lo levanta, le da el abrazo en la fuerza del Espíritu, por esta fuerza podemos decir: Tú eres el “Señor”.

En la mañana de Pascua, el Padre, ha iluminado el rostro de su Hijo con el resplandor de la gloria y ese resplandor ha pasado a arder y a transfigurar nuestros corazones y lo ha hecho para que conozcamos la iluminación, la luz de la gloria del Padre en el rostro del Hijo.

Ese rostro manifiesta no sólo su ser, sino el ser mismo de Dios. El Hijo es glorificado y el Padre es glorificado en él. Y nosotros también podemos participar de su gloria.

¡Qué bueno saber que esa contemplación no repudia la carne y por tanto no repudia al otro! Se trata de participar en una gloria que se hace realidad en el hermano.

Esta profundidad lo que nos está diciendo es que la espiritualidad cristiana es profundamente humana, por ser profundamente encarnada.

¡Que Dios lo que quiere, es que los hombres vivan! Y que los hombres glorifiquen a Dios en el amor al hermano.

Este es nuestro camino, esta es nuestra vocación, esta es nuestra “ocupación”, no es una ideología. La señal es el amor, porque el gesto de entrega desinteresado y arriesgado no tiene sustitución. La fe no se alimenta de dogmas, sino de la Palabra predicada y transmitida.

Jesús nos enseña que vivió un amor tan novedoso que nos sorprende porque no se puede comprar y no se puede vender, que supera nuestros pequeños o incluso grandes amores. Se trata de algo nuevo: “amaos como yo os he amado”.

Jesús nos muestra el amor incondicional de un amigo: “ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos”.

¿De qué amor y amistad estamos hablando? ¿Qué tipo de amor nos testimonia Jesús? Jesús con aquellos hombres y mujeres vive una amistad tan estrecha e incondicional que ni las ambiciones de algunos (Zebedeos), ni la cobardía de muchos (lo dejaron solo en los momentos críticos), ni la traición de uno (Judas), ni la negación de otro (Pedro), ni siquiera la muerte pudo destruirla. Y esto no sólo le pasó a Jesús, sino que ha pasado y sigue pasando en todos aquellos que hacen de su vida una entrega por amor. Es Jesús quien lo ha dicho.

Este amor nos saca del aislamiento y nos empuja, en medio de tantas traiciones, abandonos, infidelidades, a salir y a iniciar relaciones de amistad desinteresadas, incondicionales.

Pues estas relaciones humanas, así vividas, nos salvan, porque se parecen a la manera de hacer de Jesús. El amor que vive haciendo bien a los demás y consigue, aunque sea poco, que la vida sea buena y satisfactoria porque es cierto que las personas que hacen un servicio desinteresado y han hecho de este amor la razón de su existir, su vida no se estanca, sino que fluye, no se encierra en casa, sino que se abre a la vida. Este amor hace que las dificultades se hagan pequeñas y las relaciones sean fuente de alegría y satisfacción. Es el amor que es capaz de padecer al ver los sufrimientos de los demás. Aquí superamos con Jesús, cansancios, falta de correspondencia, engaños, ingratitudes, infidelidades, abandonos, traiciones. No estamos haciendo literatura, sino experiencia de la realidad de la vida que hemos vivido, estamos viviendo, y nos tocará vivir.

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