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El Espíritu es el Regalo de Dios que proporciona valentía y perseverancia – Francisco Cano

Pentecostés 2022. Jn 14,-26.

Nace la Iglesia. ¿Qué Iglesia? En cierto momento los discípulos de Jesús se reagruparon en Jerusalén después de regresar de Galilea. Resulta evidente que este reagrupamiento en Jerusalén pone en evidencia que desde el comienzo existe una cierta continuidad en el movimiento de Jesús antes y después de su muerte, continuidad basada en las personas de sus discípulos, como uno de los núcleos de la primera iglesia: Jerusalén se convierte en el centro de la primera iglesia: los discípulos serán testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra.

“Estaban todos juntos en el mismo lugar” y ahí en la casa “sopló un viento fuerte y llenó la casa donde se encontraban y se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hch 2,1),todos unidos en la diversidad, el Señor es el Dios de todos y el punto de encuentro se da en el fuego del amor. El don del Espíritu les lleva a la unión profunda: esta es la voluntad de Dios. La división, la separación, la exclusión de lo distinto, no es fruto del Espíritu, sí lo es una profunda comunión con lo diverso. Estaban todos juntos en el mismo lugar. El individualismo y el ir por libre en la Iglesia no es compatible con la fe. El individualismo es el cáncer que todo lo destruye. Desde esta realidad la Iglesia no puede nacer, crecer, expandirse. Desaparece.

¿Qué hace el Espíritu? El Espíritu guía aquellos primeros testigos y empiezan a surgir pequeños grupos domésticos, comunidades -Iglesias domésticas-. Así nacimos y hoy sigue el Espíritu impulsando este movimiento inicial. Es el Concilio Vaticano II (LG 11) el que hace referencia a la Iglesia doméstica y el Papa Francisco en AL 67 insiste: “Los esposos son consagrados y, mediante una gracia propia, edifican el Cuerpo de Cristo y constituyen la Iglesia doméstica, de manera que la Iglesia, para comprender plenamente su misterio, mira a la familia cristiana, que lo manifiesta de modo genuino”. ¡Qué lejos estamos!

Con este evangelio de Juan se han acabado las narraciones de las apariciones de Jesús resucitado: hoy sólo escuchamos la voz de Jesús; sólo está Jesús, sólo su Palabra, sólo su Espíritu. Sobriedad que nos indica que sólo debemos prestar atención a las palabras de Jesús.

El regalo de Dios es Pentecostés; es su Espíritu que recrea, repuebla, renueva. El corazón humano es débil y torpe, por eso el defensor debe hacer de consejero, de consolador de maestro. No soy yo el que pido, sino que es Jesucristo el que pide al Padre: “yo le pediré al Padre que os dé otro paráclito que esté siempre con vosotros, él será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. El evangelio siempre presupone una comunidad, va dirigido a una comunidad concreta. Es el Espíritu el que nos capacita, quien nos hace ver con nuestros ojos cansados el vigor y frescura de su mensaje. Es el Espíritu el que nos lleva a preguntarnos por dónde tenemos que caminar hoy.

Mirar con ojos limpios no es una pretensión humana, esta sabiduría no es fruto del esfuerzo humano, sino que se alcanza a través de la apertura a la Palabra que nos es dada. Y ahora ¿qué? Es claro que la tarea propuesta puede parecer utópica. Pero por la fuerza del Espíritu, la constancia, la permanencia, la fidelidad a la Palabra recibida, cuando se abraza desde la fe y se vive como sabiduría divina, aquello que parece una necedad lleva consigo un par de cualidades para la vida ordinaria: la valentía y la perseverancia (parrêsía e hypotomê). La gota horada la piedra no por la fuerza sino por la constancia.

Estamos ante “la promesa del Padre”, ante el don de Dios que hace presente aquí y ahora a Jesús: el Espíritu, fuerza de Dios. ¿Qué hace? Disipar todo temor y miedo. El Espíritu nos capacita para la misión y nos lanza a la misión, y nos da lo que necesitamos. Esto es lo que el Espíritu nos regala: fuerza de Dios y de Jesús, consolación, defensa, valentía, envío, testimonio, misión, liberación de los pecados, fuerza y vida para la vida. Necesitamos liberarnos del miedo, llenarnos de alegría y decisión. Hay demasiados cálculos, huidas, encerramientos.

Sin este Encuentro con un Tú que está en mí e infinitamente más allá de mí, con un Tú amoroso que ha querido que yo sea, que me hace ser suyo y en cuyo seno tiene origen mi existencia, no encuentro el verdadero motivo de mi fe, su raíz, la razón radical que no es otra que la experiencia del encuentro. Sin esta experiencia de encuentro con Aquel que me ama, no hay posibilidad de buscar y querer cumplir la voluntad de Dios, esta experiencia está marcada por la paz, la libertad, la verdad, dones del Espíritu. Es el Espíritu quien me hace descubrir en Jesús de Nazaret el rostro del Misterio del mundo como Padre-Madre amoroso volcado en la vida plena de cada una de sus criaturas. Dios es alguien, me llama, me ama y quiere, que, como Jesús, de Nazaret, busque en todo su voluntad. Es el Espíritu el que me descubre que Él está ahí, que me ama, que se hizo hombre por amor, el Dios muerto y resucitado.

Pentecostés es una llamada a volver a lo esencial. ¿Qué es lo esencial? El Reino de Dios y su justicia, y para ello salir del encerramiento por miedo. Pasar de estar encerrados en nuestras casas a descubrir que ahí, en la casa, es donde Dios quiere que descubramos la importancia que tiene para la vida de fe, esta mediación del oikos: salida a las plazas a anunciar que Cristo vive. Para Jesús el oikos es lugar privilegiado de su misión, que no fue el templo, sino la casa y la calle. Haber descubierto que la casa es el lugar privilegiado para vivir, celebrar, compartir, acoger, comunicar la vida, la fe, el amor y la misión es lo que pide una evangelización renovada. Lo más característico del sacramento del matrimonio es ser Iglesia doméstica, abierto a la sinodalidad; las parroquias tomarán fuerza desde la calidad de las comunidades domésticas que la formen. Esto es volver a los orígenes: una eclesiología de comunión, de solidaridad, de evangelización y testimonio desde la debilidad y pobreza de medios. Así nacimos y así volveremos a nacer hoy. ¿Utopía? ¡Bendita utopía!

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