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Trinidad 2022 - Francisco Cano

“Muchas cosas me quedan por deciros […], cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena”

¡Qué triste una Fe que se enreda en ritos, preceptos y definiciones, olvidando su meta de fusión amorosa! No estamos ante un rollo macabeo con explicaciones que se hacen insoportables y ante curiosidades inútiles. La fe en la Trinidad nace del testimonio neo- testamentario de la historia trinitaria del Hijo y de la praxis eclesial del bautismo.

Estamos ante el misterio del hombre. Dios Padre, Hijo y Espíritu es creador. “El ser humano se asombra al contemplar ese cosmos en tremendas distancias y por mucho que habla del azar, no hace más que descubrir señales de un proceso global que parece indicar la existencia de un proyecto inserto en el fondo de todo. Esto y más nos muestra una entraña del mundo llena de sabiduría y de ternura, pero no todos la reconocen”. Por eso hoy hablamos de un deseo comunicador. Dios es relación, comunicación, donación, inspiración, un conjunto de cualidades que en nuestro hablar atribuimos a la comunidad, a cuyos miembros denominamos Padre, Hijo y Espíritu.

Caminamos escuchando la voz del Hijo y obedecemos al Padre guiados por el Espíritu, pero tenemos mucho que comprender con una actitud de confianza filial. Es cierto que podemos hacernos representaciones del Padre y del Hijo; estas mismas expresiones sugieren una lógica de relaciones en la línea de fecundidad y generación, pero del Espíritu Santo no tenemos imágenes. Tenemos símbolos como viento, huracán, soplo, fuego, unción, carisma, sello, agua, paloma. El Espíritu se nos presenta como fuerza divina y original que actúa en la creación, moviéndose en los seres vivos y actuando en los hombres. Todo es una maravilla. Volvemos a descubrir a Dios como sabio, y lo que se nos presenta a los ojos humanos es todo una maravilla. El ser humano se da cuenta de su capacidad y de su pequeñez.

En el Espíritu sé que Tú eres mi Padre. Sabiduría de consuelo y abandono. El Espíritu me hace hijo en el Hijo y, como el Hijo, en el Espíritu puedo decir: “Por eso se alegra mi corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción”.

Mi carne descansa serena en la seguridad de su Amor. ¡El Amor eterno de Dios se ha amasado con mi carne histórica! Cuando doy amor, doy mucho más que el afecto de que es capaz mi corazón. Y cuando espero felicidad, es siempre más que el afecto de que es capaz mi corazón. Y cuando espero Vida o Felicidad, es siempre tu Amor lo que espero. Y es siempre tu Amor, Amor de Padre único. En el Espíritu sé que eres mi Hermano; el Dios creador de la Fraternidad (al hacerse Él mismo Hermano de todos los hombres), tomó la forma de esclavo y se hizo hermano y servidor de todos. Dios se hace hermano para que lo conozcamos en el amor a cada hermano. Y orar, que es conocer a Dios en el Espíritu, se hace para cada uno gozo de la fraternidad. Dios se hace hermano para que lo conozcamos en el amor a cada hermano. No hay alabanza que llegue tanto al cielo como la amorosa unión de los hermanos. Y todo esto y más es la Trinidad.

El Espíritu está actuando en los procesos de cambio, ya que ruah significa soplo, viento, vendaval y huracán y es conocido como fuerza divina y original que actúa en la creación, moviéndose en los seres vivos y actuando en los hombres. Entre éstos se hace especialmente presente en los profetas. Necesitamos hombres y mujeres embriagados por el Espíritu (1 Sam 10,1). El mismo Jesús, al lanzar el programa de liberación en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,17-21), se apoya en el texto profético de Isaías. Está presente en la creación. El Espíritu es el que resucita a Jesús de entre los muertos y es el que está en el comienzo de la comunidad eclesial en pentecostés. La actuación del Espíritu es creador que implica ruptura, crisis de lo establecido y apertura a lo no conocido ni ensayado todavía, aquí ya y ahora, veintiún siglos después, es el momento en el que nos encontramos. La misión del Espíritu reside en la liberación de las opresiones de nuestra situación de pecado, porque la carne produce el proyecto de la persona vuelta hacia sí misma, entregada apasionadamente a sus propios intereses, porque donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. El Espíritu se manifiesta especialmente por el coraje contestatario y por la creatividad de los profetas, pero también por otros mil agentes personales e históricos en el sentido de la santificación. El Espíritu es santo porque santifica por encima de todo.

El Espíritu nos hace acoger al Hijo en la carne (1Jn 4,2), y esto quiere decir que hay que aceptar la forma de siervo y de profeta-mártir que el Hijo asumió. El Espíritu nos hace vivir finalmente el seguimiento del Hijo impidiéndonos olvidar la sencillez, la humildad, el coraje profético, la mentalidad de servicio, la relación íntima con el Padre que lo caracterizaron.

El Espíritu mantiene viva la esperanza y encendido el sentido utópico de un mundo dirigido por la justicia y por la fraternidad. El Espíritu es creatividad e irrupción de lo nuevo en medio del grupo, pero nunca en un sentido individualista o para la autopromoción de la persona, sino siempre para el refuerzo de la comunidad en sus necesidades.

Como conclusión de todas estas actuaciones del Espíritu creemos que es un sujeto, una persona divina, enviado a nuestros corazones, que nos hace descubrir a Dios como Padre (Rom 8,16), que escudriña las profundidades de Dios (1 Cor 2,10), que es para nosotros el don, es decir, el Dios presente que se entrega a sí mismo; no es algo que se nos dé, sino alguien que se da y da vida. Es el Paráclito, defensor e intercesor, que da testimonio a favor de Jesús, que enseña, que conduce a la plenitud de la verdad y se quedará siempre con los discípulos. Pues bien, renunciar a este misterio es decirle “no” al Espíritu Santo. Es negarnos a nosotros mismos, que estamos hechos a su imagen y semejanza. La noticia amorosa de Dios que el Espíritu graba en mi corazón es ésta: ¡Dios es tu Hermano! “No apaguéis la fuerza del Espíritu” (1Tes 5,19).

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