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Jaulas invisibles y procesos de liberación (Francesc Torralba)

Aulas de Verano del Instituto Emmanuel Mounier

Francesc Torralba

Con un título tan sugerente como el de “Jaulas invisibles y procesos de liberación”, el catedrático de Filosofía de la Universidad Ramón Llull, de Barcelona, Francesc Torralba, ha disertado este año en las Aulas de Burgos sobre las condiciones de posibilidad de la libertad en un mundo como el nuestro, donde las ataduras externas son considerables, pero donde otras más sutiles, por no visibles y menos tenidas en cuenta, representan los verdaderos barrotes de una jaula invisible, que no por ser invisible resulta menos eficaz como coartadora de libertad. Recordaba Torralba el cuadro del pintor surrealista René Magritte “El terapeuta”, en el que los pájaros de una jaula con la portezuela abierta no se van, y ahí se quedan, como al calor de un hogar con barrotes…

Antes de identificar las jaulas, Torralba presenta los elementos clave del proceso de liberación, que vienen a consistir en una toma de distancia y en un proceso de ensimismamiento o de interiorización. El primero supone la necesaria afirmación de un “yo” auténtico, que conlleva la identificación de las propias creencias y la elaboración de todo un mundo espiritual, que es en lo que consistimos fundamentalmente las personas. El segundo es un ejercicio vital de adentramiento en el tesoro de la vida interior, para cultivarla y descubrir ese yo profundo que habrá de expresarse a través de tantas manifestaciones externas: la palabra, la acción y la creación de todo tipo, que va de la mano del hombre. Porque el proceso de liberación no es otra cosa que la expresión de ese yo en el que consistimos, y que es un yo espiritual que se realiza entregando lo mejor de sí mismo. Y en este proceso de interiorización y salida entregada al exterior se va realizando la vida humana.

Pero en dicho proceso no deja de haber inconvenientes de todo tipo, y a su identificación se refería Torralba en la parte central de su ponencia, enumerando siete obstáculos o “jaulas” que ponen trabas a este proceso vital y profundamente humano de vivir la libertad. Se trata de los siguientes: El instinto gregario, por el que tiende el hombre a imitar y a dejar de ser singular; es preciso liberarse de las mimesis, del peso de la colectividad, y no perder de vista que cada persona es única, y que el instinto gregario tiende a borrar esta verdad central sobre la esencia del hombre. También hay que liberarse de la razón, tomada en sentido limitado: el autor propone aquí sobrepasar los límites de la razón, ensanchar la razón moderna, como sugiere Benedicto XVI en Caritas in veritate, donde también se refiere el papa a la “lógica del don”, invitando a dejar atrás una razón contable, estrecha y tirana. Otro barrote de la jaula son las pasiones desbocadas, porque esclavizan y producen ceguera; nadie dominado por los celos o por la ambición, pongamos por caso, es capaz de tomar distancia con respecto a lo que siente, y por tanto, no puede ser libre. La memoria herida es otro gran obstáculo que refuerza la jaula; y se refiere aquí Torralba a autores como Ricoeur o Jankélevich, en sus reflexiones sobre el resentimiento o el rencor, pasiones que sólo el perdón puede superar. Los tópicos y los prejuicios de todo tipo constituyen también barrotes invisibles de mucha eficacia. Pero también las propias expectativas, y puede ser éste el barrote más sutil, o al menos así se lo parece a quien esto escribe, pues las expectativas tienen que estar, pero cuando se convierten en sueño infundado, devienen en ataduras invisibles muy difíciles de romper. Por último, pero sin pretensión de que las diversas jaulas queden reducidas a las hasta aquí nombradas, Torralba apunta la más difícil, a la más tupida de las jaulas, que es la del “ego”. Difícil cuestión ésta, que el autor ha querido subrayar tratando de deshacer la aparente contradicción de su discurso, pues se había partido de la propia identidad y de la necesaria construcción de un yo espiritual. Pero el ego es otra cosa. Y se trata precisamente de arrinconarlo, o, cuando menos, de evitar que ocupe el centro de nuestra vida. Por eso, Francesc Torralba termina su alocución refiriéndose a “librarse a los otros”, a ejercer la libertad precisamente a través del don de uno mismo, porque en darse a los demás está la plena realización de la persona libre.