Reflexiones desde un punto de vista personalista comunitario.

Admiro a mi amigo Carlos Díaz, filósofo personalista muy prolífico, porque se manifiesta aún más pesimista que yo; es decir, sabe utilizar mejor la inteligencia. El hombre expresa su angustia, al comprobar que lo que se dice coram pópulo no se entiende bien, y eso que él domina los secretos etimológicos de las palabras. En el fondo, viene a concluir que los discursos de ciertas gentes ociosas no influyen gran cosa. Yo participo de una sensación parecida. Por lo menos, me sumo a la tesis de Carlos Díaz sobre los peligros de la adicción a los teléfonos móviles y las redes sociales, un fenómeno tan general en nuestro mundo. Coincido con el filósofo en no disponer de teléfono móvil con imágenes y un sinfín de aplicaciones. Somos, pues, unos reaccionarios en su prístino sentido. En otros siglos, nos habrían destinado a la hoguera. Que conste que, Carlos y yo no nos conocemos, personalmente; nuestra relación es, solo, la de corresponsales. Nos une el ensimismamiento ante el teclado.

José Manuel Alonso
Profesor de escritura. Instituto Emmanuel Mounier, Madrid.

Para Suso Batista Santana y Antonio Guedes Guedes.    

Debajo hay fuego
Vivimos sobre volcanes. Todos. Aunque la mayoría no lo sabemos. O fingimos no saberlo. Los canarios sí son conscientes, y por eso muchos son pausados al hablar, intercalan palabras y silencios como si estuvieran escuchando a la vez que hablan, como si tuvieran en todo momento un oído pegado al suelo, atendiendo a algún leve latido de la tierra que a nosotros nos pasa inadvertido. Por debajo de la piel del mundo, de la piedra que cimenta nuestras casas, fluye un magma que preferimos ignorar, pues ningún banco nos prestaría dinero para construir nuestra casa sobre lava. Necesitamos estabilidad para edificar nuestra vida. Y sin embargo esa roca firme sobre la que alzamos nuestro ser fue fuego un día, es fuego frío que flota sobre un océano subterráneo de sangre (Wegener).

La iniciativa de un filósofo “maldito”, Carlos Díaz, sobre la esperanza y la desesperación

Hay una colección, no demasiado extensa, de palabras mágicas que tienen por misión mover y conmover las almas, disponerlas o indisponerlas para la acción y producir en ellas un gozo íntimo intransferible o un dolor desmesurado, igualmente indecible, cualidad ésta, la incomunicabilidad, que ya Aristóteles detectó en la experiencia individual. Dos de ellas, junto a otras como amor, patria, justicia, libertad y muchas más (no existe aún un diccionario de ellas), son esperanza y desesperación.

Siempre me he preguntado qué pasará por el corazón del mal médico. Un mal médico tiene siempre muchos problemas mentales para sanar los cuerpos extenuados, agotados, vencidos, declinantes. Al médico malo le ocurre lo mismo con las flores, pan para hoy y hambre para mañana; no soporta su caducidad y le deprime su lucha contra lo inexorable, prefiere los árboles acrónimos, firmes, sólidos, copudos, un poco como Heráclito, de quien se dice que -por no resistir la precariedad de las cosas mudables- mandó que le sacaran los ojos: aquí ceguera, y después gloria.

29. T. O. 2021 Mc 10,35-45

La caridad no es opcional, está en el centro de nuestra fe y del mensaje de Jesús.

Lo que este relato nos narra es que Jesús está a una cosa y los Doce en la contraria. La incapacidad y tozudez de los discípulos exige a Jesús una nueva y paciente enseñanza. ¿Qué es lo que trasmite? Que no hay distinción entre los que quieren mandar en línea buena, para ayuda de los demás, apareciendo como servidores del Dios todopoderoso de los que mandan de forma pervertida.

La ansiedad a gran escala es un fenómeno psicológico relativamente nuevo. No se daba entre el campesinado eternamente unido a la misma tierra generación tras generación, unidas por el respeto de los hijos a los padres y temiendo posibles malas cosechas.

Desde perspectiva social, la ansiedad es un fenómeno que surge con la revolución industrial, es decir, con la universalización del trabajo mecanizado y en cadena durante estresantes jornadas fabriles. Esto ha traído ventajas e inconvenientes, pero en cualquier caso ha desarraigado a los individuos y a la sociedad, necesitada de un proceso de acomodación laboral permanente. A cambio de no poder tener vida privada ni familiar, dedicamos lo mejor de nosotros mismos a las empresas para las que trabajamos en un proceso de readaptación permanente.

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