De la mística que dice a la persona

Persona, nº 23


Inés Riego de Moine
12,00 €
Descripción

Inés Riego de Moine

Prólogo de Carlos Díaz

  • Colección Persona, nº 23, 2007
  • ISBN: 978-84-96611-21-4
  • Páginas: 189

Parecería una contradicción en los términos el pretender que la mística pueda “decir” algo sobre la persona. Sin embargo, allí donde el misterio de Dios parece acariciar el corazón del hombre, se abre para la mirada atenta un espacio de luz nueva en donde cabe el despejo antropológico que deja anticipar, para nuestro asombro, la esencia del discurso personalista del siglo XX. Ese yo humano mirado por el Tú divino, se convierte en la experiencia relacional privilegiada donde el amar, el conocer y el salvar se concilian en el máximo de plenitud personal, el momento en que ambas libertades, humana y divina, se funden en su infinito.

Si el itinerario habitual coloca la trascendencia al final de la reflexión personalista, el nuestro invierte ese orden haciendo de la trascendencia su punto de partida y su inflexión decisiva a priori. Pero no es el capricho lo que nos mueve a ello sino el dejarnos conducir por una constante silenciosa en la historia del pensamiento que venimos constatando con persistencia en nuestro indagar y que podemos sintetizar diciendo: que desde sus inicios la filosofía se vino gestando desde el impulso místico más elemental, impulso que supone el presentimiento humano de la unidad suprema previa a toda fragmentación y creación.

Precisamente hoy, tras tantas centurias de búsqueda humana, ese impulso primigenio, bajo otros nombres y discursos, sigue sosteniendo la pasión de pensar la realidad y con ella al hombre que la significa, aunque este hecho permanezca muchas veces en penumbra, o no expreso con todas las letras, en este acotado escenario filosófico signado por la confluencia del pensador creyente –o abierto a un fundamento trascendente- y la racionalidad que lo acoge. Ni los autores que aquí estudiamos –Unamuno, Stein y Mounier- ni tantos otros que han labrado el derrotero del pensar en el siglo XX –Bergson, Wittgenstein y Heidegger son dignos exponentes de ello- han podido eludir esta ancestral condición de “misticidad” que los traspasa en lo profundo impeliéndolos a hacerse presencia y repuesta en el orden del pensar, aun cuando tantas veces la coraza lingüística constriña ese conato a legitimidad filosófica.

Curiosamente, ellos me llevaron a los místicos y me hicieron comprender que no había filosofía verdadera sin impulso místico y meta salvífica, todo lo cual se dilucidaba en lo antropológico, su clase áurea.

De esta feliz encrucijada –cruce de caminos- pretendemos ocuparnos en este libro, conscientes de las muchas limitaciones a que nos exponemos pero también esperanzados en que la pequeña cuota de verdad que estas páginas aporten, servirán a nuestros pacientes lectores para descubrir que la mirada mística también ayuda a comulgar razones y acciones en este dificultoso espacio que el personalismo ha sabido abrir y debe cuidar con esmero.