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¿Necesita el hombre contemporáneo de salvación? - Francisco Cano

2. T. O. 2023 A Jn 1,29-34

La realidad es que el hombre, de todo lo que vive y disfruta, le parece poco. No suele estar contento con su suerte. De forma consciente e inconsciente espera algo mejor. A lo largo de la historia ha habido personajes que han creado expectativas de cambio. Y muchos han pretendido tener respuesta a la necesidad de salvación de la humanidad, del hombre concreto y de la mujer.

Hoy, en occidente parece, que no interesa la salvación transcendente, pero es evidente que tampoco la inmanente le soluciona los problemas. El hombre contemporáneo en occidente no espera la salvación de Dios, porque piensa salvarse a sí mismo, lo que tampoco logra.

El hombre contemporáneo cree que la salvación le va a venir de los logros científicos, pero ni la tecnología, ni la economía, ni la política -que piensa de modo ingenuo que podrá controlar la economía- lo salvan. El progreso que siempre avanza y nunca retrocedía se ha chocado con el cambio climático y las dificultades energéticas.

Ninguno ha sido capaz, a lo largo de los siglos, de liberar al hombre del orgullo y la soberbia, ninguno le libra del mal y de la muerte. Dentro de la Iglesia tampoco se habla, ni se predica la salvación. Sencillamente porque, como no está en las prioridades del hombre actual el anuncio de la redención y de la salvación creer que Dios salva apenas aparece ya factible, ya casi nadie habla de ello. Si esto es así, la fe cristiana desaparece. Pero tanto en el pasado como en el presente, por contradictorio que parezca, no son pocos los que desean conocer lo que les depara el futuro. Ahí está la adivinación, la magia, la astrología en pleno siglo XXI.

¿De qué salvación hablamos? Somos vulnerables, contingentes y frágiles. Necesitamos la liberación de la propia libertad, del egoísmo, de las amenazas de la naturaleza y ser salvados de la propia muerte. Y estos hechos acaban con la pretensión del hombre de salvarse por sí mismo.

La fe, en el momento actual, no puede ni debe estar encerrada en fórmulas antiguas, ni estrategias fracasadas, ni centrada en proponer argumentos que son obtusos. Sí, todo está en cambio, pero hay una cosa que no cambia: la fe cristiana lee la historia y sigue anunciando que Dios quiere nuestra salvación, que es amor y ha mostrado en Jesucristo su pasión amorosa por el hombre.

Si esto lo creemos, no podemos vivir en el victimismo (no nos aceptan, no somos significativos, no tenemos fuerza para presentar un proyecto ilusionante, la Iglesia ha perdido el norte, etc.). Su mensaje carece de vida, es rutinario…, tampoco debemos estar en la derrota, en la desidia.

Hoy necesitamos comenzar como si el evangelio fuera totalmente nuevo. Un evangelio que necesita personas con limpieza de corazón, que nos hace sorprendernos por las palabras, acciones y gestos de Jesús. Para esto necesitamos el Espíritu que “rompa” la cabeza y el corazón. Queremos la novedad que huye de lo caduco, desgastado y ajado por la mediocridad de quien se conforma con las medias tintas, con parches. Necesitamos centrarnos en la fidelidad a Jesús y a su evangelio, que pasa por la fidelidad a los pobres para cumplir el plan de Dios. Necesitamos la conversión del corazón personal y colectiva.

En la Resurrección de Jesucristo se ha realizado nuestra esperanza de que la muerte no es el final del hombre, con la resurrección se ha derramado el Espíritu Santo en nuestros corazones y en el mundo, haciéndolo capaz de recibir la vida divina.

Dicho esto hay que afirmar también que la salvación otorgada por Jesucristo no es obligatoria ni automática, pues Dios respeta la libertad del hombre. La salvación es un don, pero los regalos suelen pueden recibirse o rechazarse, y si se reciben se agradecen, y así transforma a quien los recibe.

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