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¿Se puede amar al enemigo? - Francisco Cano

7. T. O. 2023 A Mt 5,38-48

El amor al enemigo, suena a un grito ingenuo y desbordante

La pregunta para todos es esta: ¿qué podemos hacer ante estas palabras de Jesús? La ley del talión justificaba la aniquilación del enemigo. Jesús invierte esta ley de venganza hasta tal exceso que quiere acabar con todo tipo de venganza. No se trata de la prohibición de resistir al mal, a los tiranos, de la prohibición de la auto-protección, ni de permitir a los violentos el ejercicio sin límite de sus maldades; la pasividad ante la violencia es lo mismo que complicidad con el mal y los malvados. Se trata de no resistir con violencia al que hace el mal. Se trata de cómo hay que resistir al mal. La idea de Jesús es que jamás se ha de responder con violencia. La razón es evidente: así se fomenta la violencia imparable. Que hoy es más destructiva que en los tiempos de Jesús.

Estamos ante un mundo muy violento; los intereses económicos han producido un mundo extremadamente violento, una violencia que cuando se une a creencias religiosas, produce terroristas incontrolables. Hay que crear una cultura de resistencia no violenta, como Gandhi, Martin Luther King, Óscar Romero, Nelson Mandela. Necesitamos mártires y místicos junto a políticos lúcidos y eficaces. Los motivos para turbarnos son constantes, procuremos no perturbarnos interiorizando el mal que viene de fuera.

La pregunta sigue en pie, ¿se puede amar al enemigo? ¿Qué hacer con el que sabemos nos odia, con el que se pone triste cuando las cosas nos salen bien y triunfamos, y se pone alegre cuando fracasamos? ¿Es que acaso no sentimos de cerca esta experiencia? Cada uno conoce y sufre esta experiencia cuando la vida nos pone en relaciones que jamás pudimos imaginar. ¿Cómo es posible que a quien sólo hemos hecho bien nos responda con el mal, el odio, la venganza, que hable mal de nosotros, murmure y calumnie? ¿Es posible amar a estas personas?

Dios no nos puede pedir lo imposible, ni pedirnos que violentemos constantemente lo que da de sí nuestra condición humana. No mandamos en nuestros sentimientos, pero sí en nuestra conducta y comportamientos. Lo que Jesús nos pide es que nunca hagamos mal a nadie. Nunca una palabra hiriente, nunca hablemos mal del otro, no dañemos la fama y la dignidad del otro. El que se comporta así, ama al enemigo.

Nuestra grandeza está en reconocer nuestras propias limitaciones, porque esto es lo que nos hace “buenas personas” y hace posible que no seamos personas resentidas. Huyamos de todo maniqueísmo: nosotros los buenos y ellos los malos.

Conocemos a nuestros enemigos. No se nos pide cariño y afecto, sino una relación radicalmente humana de interés positivo por su persona. Respetemos la dignidad humana del enemigo, esto es ser humano hasta el final.

Este amor al enemigo parece imposible en el clima de indignación en el que se viven ciertas situaciones. Las palabras del evangelio nos pueden parecer irritantes, pero es necesario hacerlo si queremos vernos libres de la deshumanización que genera la venganza. Sabemos que amar al injusto no es dar por buena su actuación injusta, porque condenamos la injusticia, pero no debe llevarnos hacia el odio a quienes la practican.

Sí, las palabras de Jesús “amad a vuestros enemigos, haced el bien a quien nos aborrece”, suenan en nuestra sociedad como un grito ingenuo y discordante, pero es la palabra que más necesitamos escuchar en estos momentos. Al mal sólo se le vence con el bien.

Hagamos violencia a la violencia. El verdadero enemigo al que tenemos que dirigir nuestra agresividad no es el otro, sino el propio yo egoísta, capaz de destruir a quien se nos opone. Somos pecadores.

Jesús insiste en que demos cordialidad, no sólo al amigo, sino incluso al que nos rechaza: “si sólo saludáis a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?”

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