El político y el polígrafo - Mariano Álvarez Valenzuela

Aristóteles comienza su libro de la Metafísica diciendo que «El hombre quiere por necesidad saber y conocer la verdad», pues en todos los niveles de la realidad no nos da igual la verdad que la mentira.

A esa facultad o, mejor dicho, ‘deseo’ de verdad, Platón le denomina episteme, que viene a ser la máxima expresión del discernimiento de la verdad, que asciende desde la mera opinión, la doxa, a través del razonamiento científico.

Desde entonces hasta ahora han transcurrido un poco más de 2.400 años y parece ser que ese deseo de verdad ha tenido que acostumbrarse a convivir con la mentira, cuando menos a nivel sociológico, y digo cuando menos porque ni la propia ciencia se libra de la mentira, pero aquí la mentira suele tener menos recorrido.

En todas las épocas ha existido un interés tanto institucional como privado en conocer la verdad y en desenmascarar la mentira, estableciéndose mecanismos jurídicos y técnicos de control, tanto preventivos como correctivos. Estos mecanismos con el tiempo se han ido perfeccionando, a la vez que han generado un vasto complejo jurídico y de medios, tanto en recursos humanos como técnicos que en muchas ocasiones no resultan operativos para el fin que se proponen.

Lo peor de la mentira es la carga de violencia que lleva asociada a ella. Hay una relación directa entre ambas. A más mentira más violencia. Además, una vez soltada una mentira ésta se independiza del sujeto que la realiza y va captando adeptos que se encargarán de añadir más mentiras para justificar su adhesión a ella. Toda mentira tiene un efecto amplificador hasta tal punto que puede resultar muy difícil controlar sus efectos nefastos. La mentira actúa igual que los virus, busca huéspedes en los que instalarse porque una vez instalada se reproduce con gran facilidad. El único medio para evitar la extensión de esta posible pandemia es el de ser rápidos en detectarla y actuar correctivamente sin dilación alguna, sin titubear.

El sistema inmunitario de muchas personas frente a la mentira se encuentra muy debilitado. Hay personas que saben defenderse de este virus mejor que otras. Este virus también tiene un sustrato genético pues las estadísticas al respecto evidencian que se puede transmitir de padres a hijos.

Es crucial el que tan pronto se detecte la mentira sea destruida para evitar su contagio. Una mentira dicha en solitario tiene poco recorrido. Es como este virus que a los pocos metros se empieza a desvanecer. Pero claro está que el mentiroso siempre busca ejercerse en grandes auditorios.

Pero ¿cómo se puede detectar una mentira con la rapidez suficiente para que no encuentre un huésped sobre el que reproducirse? ¿Ustedes se imaginan cómo sería la situación si en el caso del actual virus se hubiese actuado con total rapidez? No se parecería en nada a lo que está sucediendo y a lo que queda por suceder.

En estos momentos han venido a coincidir dos virus que se han confabulado para poder extenderse lo máximo posible, por aquello de que la unión hace la fuerza, y sinceramente no sé quién tomó la delantera a quién: el covid-19 y la mentira. ¡Mezcla explosiva a más no poder! Es evidente que no se tomaron las medidas cautelares correctas, al menos es lo que opino. Es mi doxa. La episteme algún día se conocerá, con suerte.

La acción conjugada de estos dos virus, uno de acción exógena, el covid-19, y otro de acción endógena, la mentira, ataca a la célula personal, social e institucional con una eficacia insospechable. La muerte está casi asegurada, por necrosis con el primero y por apoptosis con el segundo.

La situación, en vez de mejorar, lleva camino de empeorar.

Pero mientras tanto, permítame, querido lector, que medio en broma y medio en serio, y con el fin de no dejarle muy preocupado, le diga que ya existe un mecanismo que puede ayudar muy eficazmente a combatir de raíz al virus de la mentira, pues ya se ha experimentado y utilizado como pruebas complementarias en el ámbito judicial. Me refiero al polígrafo.

La técnica hoy día lo ha perfeccionado enormemente. Seguro que recuerdan aquel programa de TV llamado La máquina de la verdad, que entre los años 1992 y 1994 dirigía y presentaba el periodista Julián Lago, fallecido posteriormente en circunstancias extrañas. Fue uno de los programas de mayor audiencia de la época. Hay mucho morbo en conocer al mentiroso. ¿Será que nos excita porque es un modo de conocernos mejor?

¿Qué tal si en las sesiones del congreso todos los diputados llevasen incorporado un pequeño polígrafo y que a cada mentira que se pronunciasen diese un pitido? ¿Qué opina, sería ésta una buena propuesta? ¿Qué tal si de paso se hiciese lo mismo con los comentaristas de los distintos medios de comunicación? ¿Y si en definitiva este se incorporase a los teléfonos móviles de cada uno y nos evidenciara las mentiras en las que incurrimos cada vez que abrimos la boca?

Pido disculpas por esta última trivialización en un tema tan serio y tan trágico como el que estamos viviendo.