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Sagrada Familia 2020, ¿de qué familia hablamos? - Francisco Cano

¿Qué ha pasado para que el niño educado en la santidad del Templo y de la ley se transforme en el hombre adulto que entró en conflicto mortal con los sacerdotes? Jesús tuvo una experiencia religiosa profunda y determinante que le hizo pasar de una familia convencional nacional judía a la familia postconvencional: “mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.

Esta revolución no se hace si no es con la fuerza del Espíritu. Todos nacemos dentro de unas tradiciones que nos marcan con pautas de comportamiento, pero Jesús no quedó atrapado por las tradiciones religiosas de su pueblo (convencional). Jesús nació y fue educado en la religión de sus padres (como todos), en la cultura y en las tradiciones de Israel, y así fue un niño integrado en las costumbres seculares de su pueblo. Nuestra experiencia es que estas tradiciones nos marcan de una forma definitiva. Esto es lo que le ocurrió a Jesús en su niñez y adolescencia. ¿Esto es inamovible? En Jesús no fue así. Pasó de la familia convencional judía, a la familia en la que “mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”. La familia tradicional judía lo tildó de loco: “ha perdido el juicio”. “Sus parientes lo buscaron y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí»” (Mc 3,21).

Jesús dio un cambio asombroso en su vida cuando se replanteó y repensó muchas de estas tradiciones, y pasó de la observancia, de los rituales, a poner el centro en el sufrimiento de las personas: “quien no ama al prójimo al que ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (Jn 4,20). Pasó del culto a Dios en el templo, al culto a la persona humana, templo de Dios.

Sorprende el cambio asombroso que tuvo que vivir Jesús para dar a su vida un giro tan radical. Lo afirmamos porque Jesús, en su ministerio público, orientó su vida y sus enseñanzas según criterios muy distintos de los que muestran las narraciones de su infancia que nos hacen los evangelios (consagración en el templo de los hombres, la necesaria purificación de las mujeres que tenían hijos, las ofrendas a los sacerdotes, la gloria de Israel sobre las demás naciones, la concepción de la vida santificada desde el templo y el culto religioso...). Esto nunca lo enseñó Jesús. ¿Por qué cambió Jesús los rituales religiosos? Porque trataban de reducir nuestra relación con Dios a la observancia de rituales. En Jesús se da un cambio profundo que sólo pudo hacerlo la fuerza del Espíritu de Dios. Sólo quien ha dado este cambio profundo puede entender que el matrimonio cristiano sea postconvencional. ¿Acaso no nos encontramos con personas que son “muy religiosas” y que se desentienden del sufrimiento humano? Matrimonios encerrados en sí mismos. Son observantes, pertenecen a grupos cristianos, dan una aportación económica a Cáritas, pero su vida no está entregada a la causa del Reino. “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y el resto se os dará por añadidura” (Mt 6,33). Más bien, hemos escogido “las añadiduras”, pero no lo importante, no los valores del Reino, sino nuestras necesidades…

Jesús nos muestra cuál es la experiencia religiosa profunda y determinante que le hizo cambiar sus criterios: lo que santifica a los seres humanos es su forma de vivir, su bondad, su honestidad, y sobre todo su fidelidad a lo que Dios quiere. ¿Qué es lo que Dios quiere? Que seamos humildes y cercanos a todos nuestros semejantes, sobre todo a los que más sufren. Nuestros matrimonios cristianos, llamados a crear una familia, iglesias domésticas, encuentran aquí su grandeza y misión.

Una familia cristiana es, en su esencia, postconvencional. Es una “iglesia doméstica”, que vive abierta a la construcción del Reino. Hoy es urgente esta toma de conciencia de que no es una nueva forma de vivir la Iglesia, sino que es volver a los orígenes. En el Concilio Vaticano II (LG 11) encontramos la referencia a la “Iglesia doméstica”, y lo más sorprendente lo encontramos recientemente en el Papa Francisco (AL 67): “Los esposos son consagrados y, mediante una gracia propia, edifican el Cuerpo de Cristo y constituyen una iglesia doméstica, de manera que la Iglesia, para comprender plenamente su misterio, mira a la familia cristiana, que lo manifiesta de modo genuino”. Dice que la Iglesia mira a la familia cristiana “para comprender su misterio”. Bien creo que se puede decir que mientras el matrimonio cristiano no ocupe su puesto en la Iglesia y en la sociedad, la Iglesia no puede cumplir su misión. Entonces y sólo entonces el clericalismo será cosa del pasado. ¿Qué puesto es el que tiene que tener el matrimonio cristiano en la Iglesia?

La crisis actual puede ser transformada en una oportunidad para no volver a lo de siempre, manteniendo un modelo de matrimonio que no sirve al mundo de hoy, y en el que la Iglesia no puede comprender su misterio. Este cambio es radical, el matrimonio cristiano, la familia cristiana, la iglesia doméstica, se entiende desde una unión vocacional, se realiza desde la fe y es sellado con un sacramento para vivir desde el respeto y el amor incondicional entregando su vida por amor. Sí, hablamos de la Sagrada Familia, y lo es en cuanto constituye una “iglesia doméstica”. Las parroquias por sí mismas, no crean iglesias domésticas, sino que las iglesias domésticas son las que crean las parroquias. Antes conversos, creyentes, y después, iglesia de conversos: “y dejándolo todo, lo siguieron”. Matrimonio postconvencional (Lc 5,11).

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