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Amor, perdón y confusión – Antonio Calvo Orcal

Los obispos catalanes -no sé bien qué significa esto- se unen a los que creen que los indultos ayudarán a la reconciliación: gobierno actual, sindicatos, patronal…. En la tradición democrática occidental ha sido fundamental la aportación cristiana. Es difícil ir más allá de una experiencia que entiende que se debe amar, incluso a los enemigos, porque también son hermanos, y que jamás se debe juzgar a nadie como malo por sus actos, porque quien hace el mal es un ignorante que no sabe que el primer maltratado es él mismo. Su mal comportamiento viene de su radical ignorancia del sentido, no de su maldad, porque a quien le mueve el amor, no hace el mal que puede evitar. Siempre busca la verdad, el bien, la belleza y la comunión con sus obras.

Amar: hacer el bien posible, buscar la verdad y acatarla, no hacer daño, ni ensuciar la vida, procurar la amistad. Son ideales fáciles de entender y de comprobar su bondad. Sin embargo, es muy difícil hacer el trabajo que supone su realización cotidiana si, por las razones que sea, no nos mueve a obrar el agradecimiento de ser y de ser hermanos.

Fundamentando las Constituciones más avanzadas y fecundando el derecho está siempre esta experiencia de amor. El amor es quien ha descubierto el valor de la persona, su dignidad, y el respeto que se le debe siempre. A todas y a cada una.

Los nacionalismos son un atraso y una rémora en el proceso de humanización, que siempre camina hacia la universalidad de la familia humana. Por eso, sorprende que personas tan avezadas a la condición humana y a la necesidad de educar siempre con la ternura y la firmeza, crean que es posible que alguien que no cae en la cuenta de su error y se arrepiente, vaya a enmendar su comportamiento. Es, sencillamente, imposible.

Como muestra Jesús con su vida y sus palabras, no deben confundirse nunca los planos. Una cosa es amar a las personas, algo que debe ser siempre. Y otra muy distinta amar sus obras. El padre del hijo pródigo le ama y le espera siempre, pero no puede celebrar con él hasta que vuelve arrepentido, y el comportamiento fariseo del otro hijo le entristece. La persona es un fin en sí misma, es valiosa porque es amada por el Creador, porque quiere que exista, por ser, y debe ser amada y respetada siempre, sin excusas. Sus obras, sin embargo, pueden ser fruto de creencias erróneas o de debilidades de todo tipo, de la misma manera que sus opiniones, deben ser juzgadas por un criterio de evidencias, que son los valores universales y las buenas razones que se descubren en la búsqueda limpia de la verdad. Las obras no son la persona, aunque la estén haciendo permanentemente. Las obras surgen de la orientación que mueve a la persona. Y, es evidente, que se puede estar muy desorientado. Se debe amar siempre, incluso al que peor se comporte, pero el amor no debe tapar las injusticias, ni colaborar con ellas. La única forma de amar a un hermano, a un hijo, a una persona equivocada, es hacerle ver las consecuencias de sus acciones y exigirle responsabilidad. Todos estamos en camino hacia nuestro ser verdadero, Necesitamos ser educados. Si no cambia nuestra creencia y nos arrepentimos, no mejorará nuestro comportamiento.

En el camino de humanización permanente e inacabable en el que siempre estamos, actitudes así, van en la dirección contraria a la que aspiran. Lejos de colaborar a construir la familia humana y un hogar para todos, ayudan a permanecer en su error al desorientado y, en este caso, a que siga haciendo daño y enfrentando a millones de personas que hace cuarenta años no tenían sentimientos tan fratricidas como ahora. Nadie con esa responsabilidad y ese poder, mucho menos los obispos, debería estar tan despistado. El poder se concede para servir.

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